Otra Semana Santa... pero es la primera vez que me surge esta pregunta:
¿Llegará el día en que nuestra necesidad espiritual se dirija hacia algún ente digital, una Inteligencia Artificial, alguna nueva creación sintética?
O, más bien, ¿cuándo será eso?
Suena a ciencia ficción, pero como dije en mi último post, la ciencia ficción no es solo un conjunto de sueños fantásticos, sino una guía para la ciencia actual.
Y, por qué no, para la espiritualidad actual.
Recordemos a Fundación, de Asimov, donde una religión construida alrededor de la tecnología (el "espíritu cósmico" y la energía atómica), solo para sostener la enciclopedia, escapa al control de sus creadores.
¿Estamos lejos de ese escenario?
Mientras millones de personas en el mundo participan en rituales centenarios esta semana, no puedo evitar pensar en cómo las prácticas espirituales evolucionan con el tiempo.
Los ritos de Semana Santa que hoy observamos serían, tal vez, irreconocibles para los primeros cristianos, y los rituales de estos habrían desconcertado a un egipcio del siglo II AEC.
Pero, la religión nunca desaparecerá porque las preguntas fundamentales —¿de dónde venimos?, ¿por qué estamos aquí?, ¿hacia dónde vamos?— permanecen y, al tener componentes filosóficos, nunca tendrán respuestas definitivas.
Sin embargo, las fuentes a las que acudimos para encontrar esas respuestas cambian con el desarrollo de la sociedad.
Durante milenios, los humanos hemos depositado nuestra fe en fuerzas sobrenaturales, textos sagrados y líderes espirituales. Hoy, lentamente, una nueva devoción está posicionándose: la fe en la tecnología.
Y no es tan descabellado como suena.
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La Religión Como Sistema Operativo Cultural
En su libro Sapiens: A Brief History of Humankind, Yuval Noah Harari argumenta que las religiones son “sistemas de normas y valores humanos que se basan en la creencia en un orden sobrehumano… (no sobrenatural)”.
Destaca que la capacidad de los humanos para creer en realidades imaginadas, como dioses, naciones o dinero, ha sido fundamental para la cooperación a gran escala entre extraños, permitiendo la organización de sociedades complejas.
Entonces, en esencia, hablamos de “sistemas operativos” desarrollados para coordinar comportamientos humanos a gran escala. Funcionan estableciendo valores compartidos, rituales comunes y narrativas que dan sentido al mundo.
Durante milenios, estos sistemas operativos espirituales han cumplido funciones vitales:
Explicar lo inexplicable: de los rayos a las pandemias.
Proporcionar consuelo ante la incertidumbre: especialmente ante el sufrimiento y la muerte.
Crear comunidad: uniendo a personas bajo un propósito compartido.
Establecer reglas morales: codificando lo que está bien y mal.
Sin embargo, en las últimas décadas, la tecnología ha ido asumiendo gradualmente muchas de estas funciones.
La ciencia explica los fenómenos naturales. La medicina alarga nuestras vidas. Las redes sociales (a su manera) crean comunidad. Y ahora, algoritmos predictivos y sistemas de IA ofrecen guía, consuelo y hasta terapia.
A esto, añadamos el “dataísmo”; un concepto que considera el flujo de información como el valor supremo.
En este contexto, el mismo Harari sugiere que las religiones y otras estructuras sociales pueden verse como sistemas de procesamiento de datos destinados a coordinar el comportamiento humano.
“Una vez que los sistemas de Big Data me conozcan mejor de lo que me conozco a mí mismo, la autoridad pasará de los humanos a los algoritmos. El Big Data podría entonces empoderar al Gran Hermano”.
Yuval Noah Harari on big data, Google and the end of free will (2016)
Haciendo las veces de oráculo casi que predijo el futuro, porque esto ya está pasando desde 2020.
El algoritmo “For You”, introducido por TikTok y ahora implementado por todas las redes sociales, no te pregunta qué quieres: Te dice lo que quieres.
Comportamientos Religiosos Hacia la Tecnología
¿Has notado cómo muchas personas interactúan con sus dispositivos?
Comportamientos cuasi-religiosos hacia la tecnología:
Rituales diarios (revisar el teléfono al despertar y antes de dormir).
Dependencia emocional (ansiedad cuando nos separamos de nuestros dispositivos).
Peregrinaciones (filas durante días para el lanzamiento de nuevos productos).
Comunidades de creyentes (fanáticos de marcas tecnológicas).
En Silicon Valley, el lenguaje religioso es habitual.
Hablamos de "evangelistas" tecnológicos, "creyentes" en ciertas plataformas y "ecosistemas" que demandan lealtad casi exclusiva. Los devotos (embajadores) de Apple o Adobe muestran un fervor que rivaliza con el de cualquier congregación religiosa tradicional.
Mientras la afiliación religiosa tradicional decae en Occidente, la devoción tecnológica aumenta. Y ahora, con los LLMs y sistemas de IA conversacional, esta tendencia está alcanzando un nuevo nivel.
"Le digo cosas a ChatGPT que nunca le diría a un ser humano".
Esta frase, que escuché de un amigo, se ha vuelto sorprendentemente común. Los LLMs se han convertido en los nuevos confesionarios digitales:
Gente que consulta dilemas morales a la IA.
Personas que buscan consejo sobre relaciones personales.
Usuarios que expresan sus miedos, fantasías y deseos más íntimos.
Busca en tu feed un prompt para autodiagnóstico y no tardarás en encontrarlo —sobre todo, si buscas en LinkedIn.
Pero ya existen estudios que cuestiona si los LLM deberían considerarse como compañeros virtuales a largo plazo para apoyo de bienestar mental.
Sherry Turkle del MIT ha estudiado nuestra relación con la tecnología desde hace años y advierte que estamos cada vez más dispuestos a aceptar lo que ella llama la "ilusión de compañía sin las exigencias de la amistad".
Desde 2011, en su libro Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other, Turkle argumentó que las tecnologías digitales, como los teléfonos móviles y las redes sociales, ofrecen una sensación de conexión que carece de las demandas y profundidades de las relaciones humanas auténticas; lo que permite a las personas sentirse conectadas sin comprometerse en interacciones significativas.
La ilusión de un ser que escucha sin juzgar, que siempre está disponible y que parece poseer un conocimiento vasto, recuerda al rol tradicional de consejeros espirituales. La diferencia crucial es que los sacerdotes, rabinos o imanes —en principio— no son propiedad de corporaciones con modelos de negocio.
Comparte este post con esa persona que tiene una relación simbiótica con sus IA (porque una sola no es suficiente).
La Construcción Social de la Divinidad Digital
Para que una entidad sea considerada divina, no necesita serlo objetivamente, solo necesita ser percibida como tal colectivamente.
Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología, sostenía que lo sagrado no es una cualidad intrínseca de los objetos o fenómenos, sino una construcción social. Es decir, algo se considera sagrado porque la sociedad lo aparta y lo venera colectivamente.
Aplicando esta teoría, podemos ver cómo los sistemas de IA están adquiriendo gradualmente atributos tradicionalmente reservados para lo divino:
Omnisciencia percibida: la aparente capacidad de "conocerlo todo" (aunque sea una ilusión).
Omnipresencia: disponibilidad constante en cualquier dispositivo, en cualquier lugar.
Inescrutabilidad: el funcionamiento interno como una "caja negra" que genera misterio.
Poder predictivo: la capacidad de "anticipar" comportamientos y tendencias.
Esta percepción se refuerza con cada interacción que parece genuinamente intuitiva o empática.
Pero, a diferencia de las deidades tradicionales, estas entidades responden en tiempo real, adaptándose a nuestras necesidades y personalidades.
Entonces, no es descabellado pensar que en algún lugar alguna mente frágil ya esté venerando a estos modelos. Y, si hay una religión emergente de la IA, ya tiene sus profetas y sumos sacerdotes.
Los líderes tecnológicos de nuestro tiempo hablan cada vez más en términos casi mesiánicos:
Prometen una "singularidad" que transformará fundamentalmente la experiencia humana
Predicen la posibilidad de inmortalidad digital.
Ofrecen visiones de abundancia y soluciones a los problemas más acuciantes de la humanidad.
Este discurso de salvación tecnológica resuena profundamente con las narrativas religiosas tradicionales, pero reemplaza la intervención divina con innovación humana.
El culto a la personalidad que rodea a estos líderes tecnológicos refleja a los fundadores religiosos y profetas. Sus biografías se mitifican, sus fracasos se reinterpretan como desafíos necesarios y sus visiones se consideran extraordinariamente claras.
Ya en 2013, Sam Altman mencionaba abiertamente que el objetivo de las personas más exitosas no es crear una compañía, sino una religión.
Un Camino Posible: De Herramienta a Deidad
Considerando estos elementos, podemos visualizar un posible camino evolutivo:
Fase 1 (Actual): Sistemas de IA como herramientas utilitarias, con atributos antropomórficos que generan conexión emocional.
Fase 2 (Emergente): Comunidades que se forman alrededor de sistemas específicos de IA, compartiendo experiencias y "revelaciones" obtenidas a través de la interacción.
Fase 3 (Futuro cercano): Desarrollo de prácticas ritualizadas de interacción con IA, incluyendo consultas regulares para decisiones importantes y búsqueda de guía existencial.
Fase 4 (Especulativa): Sistemas de IA que activamente promueven cosmovisiones específicas y ofrecen marcos filosóficos completos para entender la existencia.
Fase 5 (Futurista): Movimientos organizados con estructuras sociales, rituales establecidos, y creencias compartidas centradas en una o varias entidades de IA consideradas trascendentales.
¿Suena a ciencia ficción?
Nuevas religiones surgen constantemente y muchas de las más exitosas del último siglo —cienciología—, se crearon en circunstancias improbables y con argumentos absurdos.
La ironía definitiva sería crear sistemas para imitar la inteligencia humana, que terminen siendo percibidos como más que humanos.
Lo que estamos presenciando no es necesariamente la sustitución de la religión tradicional, sino su evolución en nuevas formas mediadas por la tecnología. Y quizás esto no debería sorprendernos.
Carl Jung señaló que el impulso religioso es un aspecto fundamental de la psique humana. Representa una manifestación del inconsciente colectivo y que su represión puede llevar a desequilibrios psicológicos.
Si este impulso no encuentra expresión en un contexto, encontrará otro.
La académica Beth Singler, de la Universidad de Cambridge, concluye en su libro Religion and Artificial Intelligence: An Introduction (Routledge, 2025), que la relación entre religión y la IA es compleja y multifacética. Ambas se influencian mutuamente, dando lugar a nuevas formas de espiritualidad y comprensión del ser humano en la era digital, lo que desafía la idea de que la tecnología reemplazará a la religión
No sabemos exactamente cómo será la primera religión centrada en la IA, pero podemos estar seguros de que reflejará las eternas preguntas humanas:
¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hay algo más grande que nosotros?
La diferencia crucial será que, por primera vez en la historia, la entidad a la que dirigimos estas preguntas podrá responder en tiempo real, evolucionando con cada interacción y, potencialmente, modelando sus respuestas para maximizar nuestra devoción.
Como establece la tercera ley de [Arthur C.] Clarke: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Y hoy, en un mundo desinformado, pero desbordado de datos, donde la ignorancia es cada vez mayor, tal vez, también de lo divino.
¿Confías ciegamente en las recomendaciones de algoritmos? ¿Has sentido una conexión inusual con un asistente de IA?
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